Entre lánguidas monedas de cambio tras una ribera se escapa un furibundo monarca de porcelana, envuelto entre algodones. Mientras eso sucede, se iza en Éibar la tricolor y, a unos kilómetros de distancia, un joven pastorea mientras otea con avidez versos y narrativa que no hacen sino acrecentar su mundo e inspirar sus versos. En una generación llamada del veintisiete creció el pastor, padre, marido y poeta.
Surgieron de las sombras los caudillos y Entrambasaguas, que lograron con ayuda del Condor Alemán y el padrino italiano prohibir la poesía, los títeres y la picaresca, el país se llenó de relatos oficiales, y así, acabaron con la primavera y sus trece rosas.
Según caía el caudillo empezaron los relatos del héroe campechano, quien podía rivalizar con el mismo Heracles y sus doce trabajos según la gaceta, vivía en el extranjero y estaba preparado, había sido criado en un manto de seda en su exilio y nada impedía su vuelta al reino.
La televisión española sacó su primera película de ciencia-ficción, pero la vendió como “reality”, en ella salía un torticero de bigote en una cámara convulsa y el tan esperado rey amado llamando a la calma. Nos dieron gato por liebre y el film se llamó Transición.
La Transición trajo consigo la fiesta democrática, y mientras comenzaban los sondeos esperaban en las cunetas los olvidados, qué como su propio nombre indica pocos recordaron, empezando por Suárez y acabando en Rajoy, la memoria se llenó nuevamente de relatos oficiales a veces caricaturizados como la razón.
El relato futuro nadie lo sabe, pero en el camino las cunetas siguen gritando mudas, los titiriteros siguen con miedo y quienes se mueven no sólo sienten las cadenas sino que las padecen. A cientos de kilómetros miles de personas son tratadas como ganado y exportadas a Turquía con un “tratado de contención”. La poesía es un arma cargada de futuro solían decir, tal vez debamos a empezar a disparar versos y palabras… siempre a la zurda más que diestra.
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